El Tiempo no perdona. El Tiempo no olvida. El Tiempo viene por ti

Un cuento digno de un episodio de 'Black Mirror' o 'The Twilight Zone'… y que no podrás sacar de tu cabeza

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Cómo administrar el tiempo


Jonathan Molina


Maté al Tiempo con un tiro en la cabeza. Después, descargué el arma hacia su cuerpo que yacía tendido sobre la alfombra del departamento. Fue un verdadero desastre.


¿Por qué lo hice? No tenía opción. Escribía el final de la novela que cambiaría la historia de la literatura mundial: el best-seller de todos los tiempos, el relato eterno. ¿Saben?, la primera y última línea deben de ser excepcionales.


¿Cómo cerrar una obra magnífica, magnánima y elegante? Elegía con cuidado: ¿aliteración? «Y, mientras sonreía, sentía el sabor de la sangre sobre sus labios…» No, era absurdo. Eso, en realidad, no era una gran aliteración. Borré el texto.


¿Utilizando el gíglico de Cortázar? «Y, como dos amalamas gemelanas que hablalaban un mélimo idio-loma…» No, no podía replicar la estrategia de otro au-tor, de uno de los grandes, en mi texto. Tenía que ser creativo, muy creativo.


Las manecillas del reloj indicaron las 23:45 horas. Me quedaban exactamente quince minutos para escribir la línea final y enviar al editor el archivo.


Las millones de copias vendidas; los millones de e-books descargados; los cientos de premios; las giras, las conferencias y las notas de prensa abrirían el camino para recibir, finalmente, el Premio Nobel de Literatura. Sí, sería mío. Murakami tendrá que esperar un año más. Es un gran amigo y lo siento mucho por él.


Encendí un cigarrillo. Quince minutos era más que suficiente para lograrlo. Escribí: «Y la luna observó cómo dos almas se fundían en un…» ¿Acaso soy poeta? ¡No y no! Eliminé la frase.


Llamaron a la puerta. No atendí. Debía de concluir la tarea, era momento de cerrarla, de sellar el texto.


—Quien sea, ¡largo! —grité desde el escritorio.


—E.S. Nathan, el famoso escritor y creador de pesadillas: abre —una voz un tanto gutural me ordenó desde fuera.


—Estúpido —susurré mientras un leve escalofrío recorrió mi cuerpo.


23:48 de la noche, restan doce minutos: «Y lentamente se acercó al cuerpo que yacía tendido sobre la alfombra de…» Golpearon nuevamente en la puerta. Me levanté y caminé enfadado hacia ella. Mi paciencia llegó al límite. Abrí con fuerza:


—¡¿Qué?! —grité.


Un hombre alto, delgado y de rostro pálido que vestía traje negro y corbata del mismo color, me miró de abajo hacia arriba. Unas ojeras profundas enmarcan sus ojos oscuros.


—E.S. Nathan, ¿me permite pasar? —su voz cambió.


—¿Quién eres?


—El tiempo se ha agotado.


—¿El tiempo? ¡Ah! John te envío. Debí imaginarlo. Es una persona muy ansiosa y no pudo esperar a recibir la novela en su bandeja de entrada, ¿verdad? Adelante —dije aliviado al entender que mi editor lo había enviado por el texto.


El sujeto entró al departamento y se sentó sobre uno de los sillones de la sala. Cruzó la pierna izquierda sobre la derecha y me observó atento.


—Son las 23:50 p.m. Tengo diez minutos para concluir y entregar la obra. Mientras espera… ¿café?


—No —respondió de manera tajante—. Y no veré a John… al menos esta noche.

—Está bien; permítame un momento, por favor —caminé hacia el escritorio.


23:53 p.m. Fumé lo que me quedaba del cigarrillo. La mayoría de mis escritos se caracterizan por tener un excelente final y este, que me daría el Premio Nobel, debía de ser superior y excepcional.


«Y así es como una obsesión se convierte en un susurro se pierde en el tiempo…» El hombre apareció frente a mí.


—¿Qué hace aquí? Le pedí esperar en la sala.


No me respondió; se encontraba totalmente estático y me miraba fijamente. Escuchaba su respiración: inhalaba y exhalaba, inhalaba y exhalaba, inhalaba…


«Al demonio», pensé. Regresé la mirada al monitor de la computadora.


Inhalaba y exhalaba, inhalaba y exhalaba, inhalaba… el sonido poco a poco se volvió más y más perturbador.


—¿Podría retirarse y permitir que concluya mi trabajo, por favor? Si no lo hace, nunca podré terminar ni entregárselo para que se marche y lo lleve a John. Así que… ¡largo! —señalé la puerta de la habitación.


—El tiempo se ha agotado —respondió.


—¡No! Son las 23:57 de la noche y eso significa que tengo tres minutos más.


—El tiempo se ha agotado —insistió.


—Si no me permite concluir, claro que se agotará —respondí molesto.


El hombre acercó su rostro al mío.


—No me interesa el relato. Tu tiempo se ha agota-do —dijo con ese mismo tono de voz que escuché cuando llamó en la puerta.


—¡Está loco! —me alejé de él.


—El tiempo que tenías destinado se ha agotado.


—¿El tiempo? Son las 23:58 p.m. Faltan dos minutos para…


—¡No me refiero a la estúpida novela! —gritó—. Se trata de tu tiempo.


—¿Mi tiempo? —pregunté asustado.


—El de vida: se ha agotado. He venido por ti.


Quedé atónito: ¡moriré!


—¡No! ¡No puedo morir ahora! Tengo que terminar la novela. Sólo… sólo permítame escribir la última línea, ¿ok?


—Está bien. Concluye —caminó hacia la puerta.


No y no, aún no era momento de morir. No podría hacerlo sin recibir la gloria del Nobel. Tenía que actuar y rápido.


Abrí el cajón superior derecho del escritorio y… y… maté al Tiempo con un tiro en la cabeza. Después, descargué el arma hacia su cuerpo que yacía tendido sobre la alfombra del departamento. Fue un verdadero desastre.


Observé el reloj: 23:59 de la noche. Un minuto; debía elegir con cuidado. ¿Saben? La primera y última línea deben ser excepcionales. Comencé a escribir…


… y llamaron en la puerta.


—¡Largo de aquí! —grité.


—E.S. Nathan, el famoso escritor y creador de pesadillas: abre —era la misma voz gutural la que, una vez más, me llamaba desde fuera.


—¿Quién… es? —El leve escalofrío regresó.


— E.S. Nathan, ¿me permite pasar?


¿Cómo era posible que fuera él si su cuerpo inerte estaba frente a mí? Debía averiguarlo: caminé hacia la puerta y acerqué el ojo a la mirilla: sí, era él.


Y desde esa noche, cada que el reloj marca las 23:45 de la noche, el Tiempo llama a la puerta de mi departamento con la intención de llevarme con él. Lo recibo con amabilidad, lo invito a pasar y hago lo que me obliga hacer: matarlo para ganar algunos minutos extra, escribir la frase excepcional y, al fin, ganar el Premio Nobel de Literatura. Sí, lo sé: además de escribir bien soy un gran gestor de mi tiempo.