Jonathan Molina
2,749 días desde la última vez que alguien vio el sol. La pantalla holográfica del contador en mi muñeca parpadeó con ese resplandor azulado que nos enseñaron a amar desde niños. El mismo color que teñía los ojos de mi hermano pequeño cuando se lo llevaron al Centro de Reeducación. Nunca lo volví a ver.
M. ajustó su máscara purificadora mientras caminábamos por el túnel B-47. Sus dedos tiemblan, siempre tiemblan desde que volvió de su "ajuste conductual" hace tres meses. Ya no hablaba mucho, pero sus ojos... sus ojos siguen gritando. También su nombre cambió, se redujo a una letra.
—¿Recuerdas el sol? —susurró, su voz apenas audible. Era la primera vez que la oía hablar de algo que no fuera trabajo o raciones desde su regreso.
—Código de Infracción 2.1. —La voz mecánica resonó al instante—. Ciudadanos del túnel B-47, se ha detectado pensamiento divergente. Repórtense inmediatamente al Centro de Reeducación.
Vi el terror en sus ojos, el mismo que debió tener la última vez. Pero había algo más: determinación. "No volveré allí," dijo, arrancándose el chip de rastreo del cuello. La sangre brotó, pero ella ni siquiera parpadeó.
Corrimos. Los túneles se volvieron un laberinto de sombras y alarmas. Los gritos de los Guardianes se mezclaban con el zumbido de los drones. El aire se volvía más denso con cada paso, como si la misma oscuridad quisiera tragarnos.
Llegamos a un conducto de mantenimiento. Mientras nos arrastrábamos, M. comenzó a reír. Una risa quebrada, histérica. ¿Cuál era su nombre?
—¿Sabes qué nos hacen realmente en Reeducación? —me dijo—. Nos muestran el sol. Un segundo. Solo uno. Lo suficiente para que tu cerebro recuerde lo que es ser verdaderamente humano. Y luego... luego lo quitan... Para siempre.
El conducto terminaba en una rejilla. Más allá, una luz diferente se filtraba. No azul. No roja. Dorada.
—¡M., espera! —grité, pero ella ya estaba cortando la rejilla con un láser de mantenimiento. La misma herramienta que usaban en Reeducación. La había ocultado todo este tiempo.
Caímos en una cámara circular. Arriba, una cúpula agrietada dejaba pasar la luz del amanecer. Por un momento fue hermoso. Luego, mis ojos se adaptaron. Y las siluetas aparecieron: no estábamos solos.
Decenas de cuerpos se sentaban en círculo, mirando hacia arriba. Algunos llevaban el uniforme de hace décadas, otros... otros eran recientes. Todos sonreían. Todos tenían los ojos abiertos, fijos en la luz… inertes.
—¿No lo entiendes? —M. se volvió hacia mí, sonriendo. La misma sonrisa que los cadáveres—. El sol nunca se fue. Nosotros nos fuimos. Nos escondimos en la oscuridad porque era más fácil que enfrentar la verdad.
—¿Qué sucede? —pregunté mientras las puertas de la cámara se sellaban automáticamente.
—La luz existe y podríamos ser libres —su voz se quebró—. Pero... es lo que nos mata. Y no, no es el sol, no la radiación, no el aire tóxico. Es saber y saber que elegimos las sombras.
Los altavoces crujieron. "Ciudadano detectado en Zona de Verdad," anunció la voz mecánica. "Iniciando protocolo de iluminación."
La cúpula comenzó a abrirse completamente. M. extendió sus brazos hacia la luz creciente, su rostro desfigurado por la sonrisa. "¿No es hermoso? Al fin... al fin somos libres."
Corrí hacia la puerta sellada, golpeándola hasta que mis puños sangraron. Detrás de mí escuché a M. recitando algo. El mismo mantra que todos los cuerpos sentados debieron decir en sus últimos momentos: "La luz es verdad. La verdad es dolor. El dolor es libertad."
Mi máscara comenzó a fallar. El aire se llenó de un dulce aroma a almendras. Gas. Limpio. Eficiente. Mientras mi cuerpo se convulsionaba, vi el contador en mi muñeca parpadear una última vez: 0 días desde la última vez que alguien vio el sol.
En las profundidades de la ciudad, un nuevo contador se iniciaba. Otro grupo de Ciudadanos Modelo era seleccionado para su primera sesión de Reeducación. Les mostrarían el sol. Un segundo. Solo uno. Y el ciclo comienza de nuevo.