El poder de lo no dicho

Cómo el horror sutil puede ser más aterrador que los monstruos

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A veces, el miedo más intenso proviene de una puerta entreabierta y no de lo que hay detrás de ella.


Ayer por la noche, mientras revisaba viejos manuscritos y ordenaba mi librero, encontré mi copia desgastada de La pata de mono de W.W. Jacobs. Entre sus páginas amarillentas redescubrí por qué me obsesioné con este oficio de lo que llamamos horror. No fue por los demonios ni por los fantasmas; no fue por las posesiones espirituales, las casas embrujadas o las abducciones. Fue por lo que Jacobs decidió no mostrar.


Y es que el verdadero terror rara vez tiene colmillos. Esto lo confirmé cuando vi por primera vez El proyecto de la bruja de Blair. Salimos del cine y mis amigos se quejaron más de una hora porque no vieron algún monstruo, pero yo no pude dormir pensando en esa última escena: un hombre de pie en una esquina, inmóvil, de espaldas a la cámara. Sin efectos especiales, sin maquillaje grotesco, sin música estridente. Solo una figura estática violando las reglas básicas del comportamiento humano. Comprendí que el horror más profundo surge cuando se rompe sutilmente el contrato de lo que consideramos normal, cuando algo simplemente no encaja en nuestra percepción ordenada del mundo. Sí: el susurro hiela más que el grito.


Hoy Hollywood parece que lo ha olvidado. Cada año nos bombardea con criaturas más grotescas, efectos especiales más sangrientos y sustos que dependen más del volumen que de la sutileza. Pero tú y yo sabemos que el verdadero horror reside en otra parte, ¿verdad?


Piensa en El resplandor de Kubrick, la adaptación de la novela del gran Stephen King. ¿Qué te inquieta más? ¿Las gemelas asesinadas o la lenta desintegración mental de Jack Torrance reflejada en su mirada cada vez más vacía? Lo segundo, por supuesto. Es esa terrible normalidad lo que nos perturba: tú podrías ser él. Yo podría ser él. Cualquiera podría.


La mente humana es una fábrica incansable de horrores personalizados. Y eso me encanta. Como escritores, nuestro trabajo no es crear el miedo, sino activar el que ya existe en nuestros lectores.


Aquí un ejemplo: al día siguiente de presentar mi libro Hay un hombre en mi ventana en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, me encontré con un lector que me confesó que tuvo que meter el libro en el congelador. Mientras abría la cartera para devolver el costo del ejemplar añadió: “Fue por esa sensación constante de que algo terrible está a punto de suceder en El visitante”. Uf, descansé aliviado y guardé la cartera. Le gustaron los cuentos y mucho. Sonreí. Y lo hice porque supe que había logrado lo que me propuse especialmente para ese relato: construir una atmósfera en donde la amenaza siempre está presente y va incrementando la tensión sin materializarse.


Este es el poder paradójico del horror sutil: mientras más se contiene el autor, más trabaja la imaginación del lector. Como una partitura musical, no se trata solo de las notas que eliges tocar, sino de los silencios estratégicos que las rodean. Es en esos espacios vacíos en donde el verdadero terror encuentra su hogar. Algunos ejemplos magistrales son:


  • La amenaza invisible. En Los Pájaros de Daphne du Maurier, nunca se explica por qué las aves atacan. Esa ausencia de motivo es más inquietante que cualquier explicación.
  • El final abierto. La lotería de Shirley Jackson nos deja con más preguntas que respuestas, y eso es precisamente lo que la hace inolvidable. El horror continúa mucho después de la última página.
  • La normalización de lo extraño. Thomas Ligotti domina esto. En sus relatos, lo más perturbador es cómo los personajes aceptan lo anormal como parte de su realidad.
  • El narrador no confiable. Nunca sabemos realmente qué está pasando en El corazón delator de Poe, y esa incertidumbre nos mantiene en vilo constante.

Hace años, cuando daba mis primeros pasos en este mundillo y escribía mis cuentos en las libretas de la escuela, cometí todos los errores de principiante: describir cada centímetro de mi monstruo, detallar cada gota de sangre y contar, contar y contar. Hasta que alguien me dijo: "lo que el lector imagine siempre será mejor que lo que tú puedas describir." Nunca he olvidado esa lección.


Hoy, en mis talleres, cuando los estudiantes me presentan relatos llenos de vísceras y violencia gráfica, siempre les propongo un ejercicio: reescribe la historia eliminando todas las escenas explícitas. Casi invariablemente tenemos dos resultados: un relato sin relato o, por el contrario, uno mucho más perturbador.


Y a propósito de los talleres, termino con un pequeño experimento que propongo a los estudiantes: imagina un armario en tu habitación. La puerta está entreabierta. Es de noche y estás solo. Desde dentro del armario escuchas un susurro ininteligible.


¿Qué es más aterrador?


a) Que abras la puerta y encuentres un monstruo horrible con colmillos y garras.

b) Que abras la puerta y no haya nada.

c) Que decidas no abrir la puerta, pero el susurro continua todas las noches.


La mayoría elige B o C. El horror más profundo reside en lo que no se resuelve, en lo que contradice nuestra comprensión del mundo, en lo que nos deja preguntándonos: "¿Y si...?"


Y tú, ¿qué opinas? ¿Cuál ha sido tu experiencia más aterradora con el horror sutil? ¿Qué historia te ha mantenido despierto, no por sus monstruos, sino por sus silencios? Comparte en los comentarios y continuemos esta conversación en las sombras.


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Nos leemos pronto.


Jonathan Molina