Todo comenzó cuando alguien abrió la ventana...

... ese alguien eres tú.

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Hay un hombre en mi ventana


Jonathan Molina


Uno de los cinco teléfonos que se encuentran en el vestíbulo del Hotel de la Mora sonó.


—Recepción. Buenas noches —respondió Ángela.


—¿Ho… la? —habló un niño.


—Hola. ¿En qué puedo ayudarte?


—Eh… sí… —la voz del pequeño se escuchó cortada—. Es que tengo un problema, señora.


—Dime, ¿qué pasa? —le dijo con amabilidad.


—Esto le va a parecer extraño.


—No te preocupes. Estoy para resolver todo lo que necesites.


—Es que… es que… hay una persona en mi ventana.


La mujer sonrió con ternura y respondió:


—Es normal. Estamos en un hotel y hay mucha gente.


—Es que… es que… me está mirando —habló, nervioso.


—No te preocupes. Hay muchas personas hospedadas que andan por aquí y por allá divirtiéndose. Por qué no le dices a tus papás que vean quién es. Tal vez se trate de algún amigo o de un conocido que sabe que están aquí y vino a saludarles.


—Es que… estoy solo. Mis papás salieron desde la mañana y no han vuelto.


—Ok. Estoy segura de que no tardarán en llegar, te lo prometo.


—Ajá, pero la persona que está parada afuera no deja de mirarme. Lleva mucho tiempo en la ventana.


—Tranquilo.


—Tengo miedo —la voz del niño se quebró—, mucho miedo. No sé qué quiere.


—Está bien. No llores, ¿ok?


—Ajá.


—¿Puedes revisar que la puerta y la ventana de tu habitación estén cerradas?


—Sí.


Se escucharon los pasos del niño que iban de un lado a otro de la habitación hasta que sujetó el teléfono de nuevo.

—Están cerradas.


—Muy bien. Mira: el hotel es muy seguro. Hay cámaras y personal de vigilancia por todas partes. Nadie puede hacerte daño.


El niño inhaló hondamente, tratando de calmarse.


—¿Mucho mejor? —preguntó la mujer al pequeño.


—Sí…


Hubo una pausa del otro lado de la línea. Luego, el niño comenzó a respirar cada vez más rápido.


—¿Estás bien?


—Es que… me está saludando.


—Cálmate, por favor. No vayas a colgar. Voy a pedir que alguien de vigilancia vaya a tu habitación, ¿ok?


—Sí, señora.


—¿Me confirmas en qué habitación te encuentras hospedado?


—En la 521.


—¿En la 521? ¡Ah! Ya te entiendo: la persona que dices que se encuentra fuera de tu habitación está abajo, en el estacionamiento y desde allí mira hacia tu ventana, ¿verdad? Tal vez yo pueda pedirle que se retire —la mujer estiró el cuello tratando de ver hacia el estacionamiento. Nada. La tormenta había esparcido a la mayoría de las personas.


—No —respondió el niño—. Él está aquí afuera, parado frente a mi ventana.


Ángela sintió un escalofrío.


—El personal de vigilancia va para allá. ¿Puedes decirme cómo es esa persona?


—Es alto y me está saludando. Ahora…


—¿Qué sucede?


—¡Está golpeando la ventana! —la voz del niño se escuchó desesperada—. ¡Quiere entrar en la habitación!


—Escúchame, por favor. Es muy importante que te alejes de la ventana. Enciérrate en el baño. El personal de vigilancia está por llegar —miró el monitor de las cámaras y vio al oficial esperando el ascensor—. ¿Puedes hacerlo, por favor?


La mujer escuchó los pasos del niño y luego cómo se cerró una puerta, de la que también oyó el seguro.


—Ya estoy en el baño —dijo con la respiración entrecortada y la voz llorosa—. ¡Vengan ya!


—¡Sí! Ya se encuentra en el elevador. No tarda en subir.


—¿Señora?


—Dime.


—El hombre… está… rascando la ventana.


—Tranquilo, por favor —«¡Dios mío!», pensó—. El oficial ya salió del elevador y camina hacia tu habitación. Estará contigo en lo que contamos hasta diez, ¿ok?


—Sí —respondió llorando.


—Cuenta conmigo: Uno.


—Dos.


—Tres.


—Cuatro.


—Cinco.


—Seis.


—Siete.


—Ocho.


—Nueve.


Silencio.


—¿Pequeño?


—Ya no puedo contar.


—¿Por qué?


—Porque él está conmigo… aquí… en el baño… sonriéndome…


—¡Sal de ahí!


El niño no respondió. La mujer escuchó el sonido de golpes y de un cristal que se rompía seguido de un grito estremecedor.


—¡Responde!


La llamada se cortó.


El personal de seguridad se detuvo frente a la puerta de la habitación 521.


—Seguridad —llamó—. Buenas noches.


Esperó algunos segundos y volvió a llamar. Nadie respondió.


Pese a llevar más de veinte años en servicio, el guardia se sentía nervioso. Su corazón se aceleró.


Deslizó la llave maestra y entró. Encontró el sitio a oscuras, la corriente eléctrica sin funcionar. Encendió una lámpara de mano. Avanzó unos pasos entre el desorden del lugar. Ensimismado, observó un escenario desolador. Sobre la mesa, comida podrida.

Su radio sonó:


—¿Encontró al niño? —le preguntó Ángela.


—En eso estoy, señorita.


—¡En el baño, busque en el baño! ¡Le pedí que se escondiera allí!


Obedeció y se dirigió hacia allá.


Abrió la puerta y sobre la tina encontró un pequeño cuerpo sin vida. Presionó el botón para hablar con la mujer:


—Lo encontré, señorita. Encontré al niño. Pero parece que lleva mucho tiempo muerto. El cuerpo presenta un alto grado de descomposición.